EL COCHE QUE ATROPELLÓ UN ÁRBOL
EL COCHE SE ABOLLÓ. Estiró las ruedas y arrugó el hocico. Pero el àrbol quedó destrozado y toda la acera llena de nidos y pichones.
El conducator dijo mirando al árbol caído:
-¿Tendrá arreglo?
-No, señor, éste ya no retoña- dijo un viejecito que entendía.
Y yo dije:
-¡Qué ciudad! ¡Qué barbaridad!
Cada día hay más coches y menos árboles, más ruido y menos oxígeno,
cada día hay más `prisa y menos risa.
Yo me voy al pueblo
a recoger la aceituna
(si queda alguna).
Yo me voy al pueblo, ahora,
a trabajar de pastora
(si quedan ovejas),
a recoger miel
(si quedan abejas).
Yo me voy al pueblo
a plantaar un árbol,
a escribir un cuento.
Adiós, Madrid,
(lo siento).
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